domingo, 14 de noviembre de 2010

Balance

Con la llegada del fin de año comenzamos, algunas veces casi sin darnos cuenta y otras con toda intención, a pensar en lo ocurrido en ese ciclo que se cierra. Recapitulamos y repasamos eventos, actividades, decisiones… pero hay que tener en cuenta que los procesos de los que formamos parte no tienen en si programación alguna que ubique el final de un año como fecha de vencimiento natural. Eso es mas bien, un ordenador temporal común, consensuado, básicamente respecto a actividades compartidas: es la finalización de los ciclos escolares, de los cursos de todo tipo, de periodos laborales. Incluso distintas culturas y grupos religiosos realizan festejos que marcan este final.
Dentro de este contexto, el fin de año podría funcionar básicamente a nivel psíquico como una marca en el correr del tiempo, o un corte que todos sabemos que va venir, pero que llega de repente y nos deja con la sensación de que el año se paso demasiado rápido, o demasiado lento. Y que lo sentimos arbitrario, porque se da afuera nuestro, en el mundo compartido, pero a la vez nos atraviesa, nos incluye, no podemos estar ajenos a él.
Y frente a este corte ¿qué hacemos? hacemos el balance de fin de año. Detenemos los procesos internos por un momento y tratamos de ubicar lo que se conoce en finanzas, como el estado de nuestro patrimonio. Quienes somos, qué logramos este año y qué no de aquello que nos propusimos; qué logramos este año sin que nos lo hayamos propuesto y qué hicimos con eso, qué tenemos y qué no tenemos.
Pero allí, en este balance, siempre hay un desbalance, nunca estamos saldados con nosotros mismos... ¿qué hacemos con ese resto? ¿qué hacemos con lo que nos falta y también con lo que nos sobra? con lo que intentamos pero no conseguimos, con lo que aun no intentamos y también con lo que tenemos de más, lo que tenemos que abandonar porque ya no queremos que forme parte de nuestra vida o lo que tenemos que elaborar para poder dejar atrás.
No es fácil llevárselas con ese resto, incluso ¿cuántos restos son los mismos, año tras año? ¿Podemos desprendernos de eso, y pasar a otra cosa?
Una respuesta posible es que a partir de nuestro próximo balance tomemos la decisión de retomar la senda de nuestro deseo (en singular), despejado de condicionamientos y de personajes a representar para los otros y hacer de él un acto, un acto que lo realice. Cada balance podría funcionar como una anticipación, que orienta, pero que por sí sola no alcanza, haciendo falta un acto que la lleve a la realidad… un balance como anticipación que ilumina, orienta por dónde ir, qué ruta tomar entre diferentes posibilidades, siempre apelando a nuestra sensibilidad para leerlas, leer las repeticiones, en esos restos de esos balances, que de seguir apareciendo una y otra vez, dan cuenta de que hay algo que tenemos que resolver (y no coincide con el tiempo del calendario).

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