jueves, 15 de abril de 2010

Responder

Todo no se puede. Tratamos que sí, pero no. O sí, pero todo a medias, entonces no. Pero, ¿por qué? Porque suponemos, y cuando suponemos, sin querer afirmamos, otorgamos entidad, damos consistencia. Suponemos que se espera de nosotros, que los otros esperan de nosotros y hasta suponemos qué.
Muchas veces intentamos satisfacerlos pero pronto notamos que no alcanza. Nunca alcanza, suponemos que el otro quiere más. Y en este punto cabe la pregunta: ¿quién es ese otro que quiere de mí? ¿Es otro puntual, tiene nombre y apellido, o son varios otros?
Responder. “Parámetros de vida”, “estándares” en donde hay que encajar, ajustarse, “patrones según edad y situación”. Al final nada alcanza y de ahí, la insatisfacción. Entonces, volvemos: ¿quién es ese otro y qué quiere de mí? Ahí la pregunta por mí: ¿y yo qué? ¿Qué hago en medio de esas demandas y cómo llegué ahí? ¿qué pasó en el medio de ese que quiere de mí y yo que no sé lo que quiero? (no sé lo que quiero en tanto y en cuanto vivo respondiendo al otro que quiere de mí). Me perdí. ¿Por qué responder rápido al otro? Será que creemos que es mejor no quedarse afuera… del ideal. De ese lugar que suponemos que tenemos que ocupar, ideal como lo esperado (supuestamente, esperado), sostenemos la creencia de que tenemos que ser de cierta manera y no de otra, que el otro tiene que actuar de tal o cual manera con nosotros…
La suposición va de la mano del prejuicio y en tanto pre-juicio no deja ver la singularidad, sino que tiende a la generalización, a la inclusión en un conjunto (ejemplo, “tengo ataques de pánico”). Hay una decisión previa al juicio, y no posterior. Y si es previa al juicio, no es una sentencia, que se concluye al final, si no que parece ser algo pautado de antemano, un mandato. Y un mandato al que suponemos que hay que hacer caso. En ese caso, quizás dejando por fuera al propio deseo.

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