Con la llegada del fin de año comenzamos, algunas veces casi sin darnos cuenta y otras con toda intención, a pensar en lo ocurrido en ese ciclo que se cierra. Recapitulamos y repasamos eventos, actividades, decisiones… pero hay que tener en cuenta que los procesos de los que formamos parte no tienen en si programación alguna que ubique el final de un año como fecha de vencimiento natural. Eso es mas bien, un ordenador temporal común, consensuado, básicamente respecto a actividades compartidas: es la finalización de los ciclos escolares, de los cursos de todo tipo, de periodos laborales. Incluso distintas culturas y grupos religiosos realizan festejos que marcan este final.
Dentro de este contexto, el fin de año podría funcionar básicamente a nivel psíquico como una marca en el correr del tiempo, o un corte que todos sabemos que va venir, pero que llega de repente y nos deja con la sensación de que el año se paso demasiado rápido, o demasiado lento. Y que lo sentimos arbitrario, porque se da afuera nuestro, en el mundo compartido, pero a la vez nos atraviesa, nos incluye, no podemos estar ajenos a él.
Y frente a este corte ¿qué hacemos? hacemos el balance de fin de año. Detenemos los procesos internos por un momento y tratamos de ubicar lo que se conoce en finanzas, como el estado de nuestro patrimonio. Quienes somos, qué logramos este año y qué no de aquello que nos propusimos; qué logramos este año sin que nos lo hayamos propuesto y qué hicimos con eso, qué tenemos y qué no tenemos.
Pero allí, en este balance, siempre hay un desbalance, nunca estamos saldados con nosotros mismos... ¿qué hacemos con ese resto? ¿qué hacemos con lo que nos falta y también con lo que nos sobra? con lo que intentamos pero no conseguimos, con lo que aun no intentamos y también con lo que tenemos de más, lo que tenemos que abandonar porque ya no queremos que forme parte de nuestra vida o lo que tenemos que elaborar para poder dejar atrás.
No es fácil llevárselas con ese resto, incluso ¿cuántos restos son los mismos, año tras año? ¿Podemos desprendernos de eso, y pasar a otra cosa?
Una respuesta posible es que a partir de nuestro próximo balance tomemos la decisión de retomar la senda de nuestro deseo (en singular), despejado de condicionamientos y de personajes a representar para los otros y hacer de él un acto, un acto que lo realice. Cada balance podría funcionar como una anticipación, que orienta, pero que por sí sola no alcanza, haciendo falta un acto que la lleve a la realidad… un balance como anticipación que ilumina, orienta por dónde ir, qué ruta tomar entre diferentes posibilidades, siempre apelando a nuestra sensibilidad para leerlas, leer las repeticiones, en esos restos de esos balances, que de seguir apareciendo una y otra vez, dan cuenta de que hay algo que tenemos que resolver (y no coincide con el tiempo del calendario).
domingo, 14 de noviembre de 2010
jueves, 15 de abril de 2010
Responder
Todo no se puede. Tratamos que sí, pero no. O sí, pero todo a medias, entonces no. Pero, ¿por qué? Porque suponemos, y cuando suponemos, sin querer afirmamos, otorgamos entidad, damos consistencia. Suponemos que se espera de nosotros, que los otros esperan de nosotros y hasta suponemos qué.
Muchas veces intentamos satisfacerlos pero pronto notamos que no alcanza. Nunca alcanza, suponemos que el otro quiere más. Y en este punto cabe la pregunta: ¿quién es ese otro que quiere de mí? ¿Es otro puntual, tiene nombre y apellido, o son varios otros?
Responder. “Parámetros de vida”, “estándares” en donde hay que encajar, ajustarse, “patrones según edad y situación”. Al final nada alcanza y de ahí, la insatisfacción. Entonces, volvemos: ¿quién es ese otro y qué quiere de mí? Ahí la pregunta por mí: ¿y yo qué? ¿Qué hago en medio de esas demandas y cómo llegué ahí? ¿qué pasó en el medio de ese que quiere de mí y yo que no sé lo que quiero? (no sé lo que quiero en tanto y en cuanto vivo respondiendo al otro que quiere de mí). Me perdí. ¿Por qué responder rápido al otro? Será que creemos que es mejor no quedarse afuera… del ideal. De ese lugar que suponemos que tenemos que ocupar, ideal como lo esperado (supuestamente, esperado), sostenemos la creencia de que tenemos que ser de cierta manera y no de otra, que el otro tiene que actuar de tal o cual manera con nosotros…
La suposición va de la mano del prejuicio y en tanto pre-juicio no deja ver la singularidad, sino que tiende a la generalización, a la inclusión en un conjunto (ejemplo, “tengo ataques de pánico”). Hay una decisión previa al juicio, y no posterior. Y si es previa al juicio, no es una sentencia, que se concluye al final, si no que parece ser algo pautado de antemano, un mandato. Y un mandato al que suponemos que hay que hacer caso. En ese caso, quizás dejando por fuera al propio deseo.
Muchas veces intentamos satisfacerlos pero pronto notamos que no alcanza. Nunca alcanza, suponemos que el otro quiere más. Y en este punto cabe la pregunta: ¿quién es ese otro que quiere de mí? ¿Es otro puntual, tiene nombre y apellido, o son varios otros?
Responder. “Parámetros de vida”, “estándares” en donde hay que encajar, ajustarse, “patrones según edad y situación”. Al final nada alcanza y de ahí, la insatisfacción. Entonces, volvemos: ¿quién es ese otro y qué quiere de mí? Ahí la pregunta por mí: ¿y yo qué? ¿Qué hago en medio de esas demandas y cómo llegué ahí? ¿qué pasó en el medio de ese que quiere de mí y yo que no sé lo que quiero? (no sé lo que quiero en tanto y en cuanto vivo respondiendo al otro que quiere de mí). Me perdí. ¿Por qué responder rápido al otro? Será que creemos que es mejor no quedarse afuera… del ideal. De ese lugar que suponemos que tenemos que ocupar, ideal como lo esperado (supuestamente, esperado), sostenemos la creencia de que tenemos que ser de cierta manera y no de otra, que el otro tiene que actuar de tal o cual manera con nosotros…
La suposición va de la mano del prejuicio y en tanto pre-juicio no deja ver la singularidad, sino que tiende a la generalización, a la inclusión en un conjunto (ejemplo, “tengo ataques de pánico”). Hay una decisión previa al juicio, y no posterior. Y si es previa al juicio, no es una sentencia, que se concluye al final, si no que parece ser algo pautado de antemano, un mandato. Y un mandato al que suponemos que hay que hacer caso. En ese caso, quizás dejando por fuera al propio deseo.
viernes, 20 de noviembre de 2009
R. MAGRITTE: ESTO NO ES UNA PIPA
Efectivamente no es una pipa sino el dibujo de una pipa; y lo mismo podríamos afirmar respecto a la palabra "pipa", que solo es la forma en que nombramos un objeto.
Tanto el dibujo como la palabra son solo representaciones del objeto, lo evocan pero nunca son equivalentes a él... con esa pipa del dibujo o con ese nombre no se podría fumar ¿verdad?
La imagen (dibujo de la pipa) y la palabra (pipa) son algo distinto de lo real (objeto pipa), es decir, nunca lo colman.
Nunca nos alcanzan las palabras o se necesitan aclaraciones (porque una misma palabra puede aludir a distintos significados), o hay malos entendidos, o desencuentros...
Pero ¿por qué siendo algo tan obvio, Magritte se toma el trabajo de negar que sea una pipa? porque a cualquiera a quien se le muestre ese dibujo y se le pregunte qué es, dirá: es una pipa.
Y porque a cualquiera que se le hable de una pipa creerá que está seguro que comprende de qué le están hablando. Vivimos en lo cotidiano bajo la ilusión de que nos entendernos perfectamente.
Aunque, claro, cada tanto la cosa deja de funcionar y empezamos a creer que entendemos a los otros pero los otros nunca nos entienden, o el otro se vuelve incomprensible, o incluso cada uno se vuelve opaco para sí mismo.
Ahora, luego de toparnos con los límites de la palabra y la imagen, con los límites de aquello que por otro lado constituye por esencia al hombre ¿no será mejor intentar darnos a entender sin aspirar a que el otro nos entienda completamente? y ¿no será mejor dejar de dar por sentado que comprendemos perfectamente lo que el otro quiere decir?... y aceptar algo del humano desencuentro.
Tanto el dibujo como la palabra son solo representaciones del objeto, lo evocan pero nunca son equivalentes a él... con esa pipa del dibujo o con ese nombre no se podría fumar ¿verdad?
La imagen (dibujo de la pipa) y la palabra (pipa) son algo distinto de lo real (objeto pipa), es decir, nunca lo colman.
Nunca nos alcanzan las palabras o se necesitan aclaraciones (porque una misma palabra puede aludir a distintos significados), o hay malos entendidos, o desencuentros...
Pero ¿por qué siendo algo tan obvio, Magritte se toma el trabajo de negar que sea una pipa? porque a cualquiera a quien se le muestre ese dibujo y se le pregunte qué es, dirá: es una pipa.
Y porque a cualquiera que se le hable de una pipa creerá que está seguro que comprende de qué le están hablando. Vivimos en lo cotidiano bajo la ilusión de que nos entendernos perfectamente.
Aunque, claro, cada tanto la cosa deja de funcionar y empezamos a creer que entendemos a los otros pero los otros nunca nos entienden, o el otro se vuelve incomprensible, o incluso cada uno se vuelve opaco para sí mismo.
Ahora, luego de toparnos con los límites de la palabra y la imagen, con los límites de aquello que por otro lado constituye por esencia al hombre ¿no será mejor intentar darnos a entender sin aspirar a que el otro nos entienda completamente? y ¿no será mejor dejar de dar por sentado que comprendemos perfectamente lo que el otro quiere decir?... y aceptar algo del humano desencuentro.
domingo, 20 de septiembre de 2009
Acerca del nombre
Tener un nombre, nombrar, nombrarse, ser nombrado…. poner en juego la dimensión de la palabra, la palabra que intenta nombrarnos frente al otro, la palabra que intenta nombrar lo que nos pasa.
La palabra que nunca alcanza a cumplir estos objetivos, porque… ¿hay una palabra que pueda definirnos? ¿Hay una palabra que pueda nombrar lo que sentimos en un momento de tristeza, o cuando estamos enamorados, o simplemente, cuando no sabemos qué nos pasa?
Pero a su vez está la palabra como lo que vehiculiza algo de todo esto, lo que nos permite enterarnos de algo, y mientras tanto, nos va aportando esos pequeños “algos”, que son las herramientas con las que nos relacionamos con los otros y con nosotros mismos.
Son algunas palabras que, unidas a otras palabras, empiezan a anoticiarnos de aquello que para cada uno, y sólo para cada uno, se ha ido constituyendo en la causa de sus pesares y de sus deseos.
En un tratamiento psicológico, hay una condición: la palabra. Sin la palabra no es posible.
La palabra es dicha por alguien que consulta, y a quien se aloja por medio de la escucha. Aquel que solicita atención psicológica tiene algo para decir, es un sujeto que busca un lugar para la palabra, para su palabra.
Pero en otro sentido, una vez instalada la palabra, se abre un lugar. El dispositivo que se ofrece está pensado para el acontecimiento de un mas allá de lo explicitado: una palabra que siendo desplegada en su significación abre a la posibilidad de existencia de un nuevo sentido a lo dicho, posibilidad de escuchar otra cosa. Palabra que una vez dicha, funda un lugar nuevo, inaugura una nueva forma de escuchar “lo de siempre”, habilita un sentido nuevo, y un espacio de trabajo sobre el mismo, otra lectura, otra interpretación: abre un mundo, y asi, libera.
La palabra que nunca alcanza a cumplir estos objetivos, porque… ¿hay una palabra que pueda definirnos? ¿Hay una palabra que pueda nombrar lo que sentimos en un momento de tristeza, o cuando estamos enamorados, o simplemente, cuando no sabemos qué nos pasa?
Pero a su vez está la palabra como lo que vehiculiza algo de todo esto, lo que nos permite enterarnos de algo, y mientras tanto, nos va aportando esos pequeños “algos”, que son las herramientas con las que nos relacionamos con los otros y con nosotros mismos.
Son algunas palabras que, unidas a otras palabras, empiezan a anoticiarnos de aquello que para cada uno, y sólo para cada uno, se ha ido constituyendo en la causa de sus pesares y de sus deseos.
En un tratamiento psicológico, hay una condición: la palabra. Sin la palabra no es posible.
La palabra es dicha por alguien que consulta, y a quien se aloja por medio de la escucha. Aquel que solicita atención psicológica tiene algo para decir, es un sujeto que busca un lugar para la palabra, para su palabra.
Pero en otro sentido, una vez instalada la palabra, se abre un lugar. El dispositivo que se ofrece está pensado para el acontecimiento de un mas allá de lo explicitado: una palabra que siendo desplegada en su significación abre a la posibilidad de existencia de un nuevo sentido a lo dicho, posibilidad de escuchar otra cosa. Palabra que una vez dicha, funda un lugar nuevo, inaugura una nueva forma de escuchar “lo de siempre”, habilita un sentido nuevo, y un espacio de trabajo sobre el mismo, otra lectura, otra interpretación: abre un mundo, y asi, libera.
martes, 8 de septiembre de 2009
Motivos de consulta
Variadas son las causas que pueden motivar a un sujeto a solicitar tratamiento psicológico. Las hay bien definidas, con una decisión tomada por parte del consultante, en un acto de reconocerse en relación a su padecer, conociéndose partícipe de su situación particular, y que en el mejor de los casos quiere saber sobre sí mismo.
Pero también sucede otra cosa, cuando el consultante es llevado, y en ese primer llamado/pedido, él nada tiene que ver. Ser llevado, no significa solamente ser un niño llevado por sus padres o un paciente psiquiátrico llevado por su familia. También es llevado aquel que consulta por recomendación o indicación de otro (médico, maestra, amigo, etc.) pero que no encuentra un por qué, más allá de esa recomendación no reconoce un motivo para consultar, aparte del respeto a ese otro que lo recomienda.
Hay un trabajo inicial por hacer con este consultante: conducir las entrevistas en función de la construcción de un motivo de consulta, de la apropiación por parte del mismo de ese interés por el tratamiento. Que ubique algo desde el propio discurso como eso que convoca a avanzar por la vía de la palabra, vía por la cual se trabaja en un tratamiento psicológico, la palabra como condición. A partir de ahí y una vez delineado lo que motiva, se inicia la relación consigo mismo y el camino se hace al andar.
Pero también sucede otra cosa, cuando el consultante es llevado, y en ese primer llamado/pedido, él nada tiene que ver. Ser llevado, no significa solamente ser un niño llevado por sus padres o un paciente psiquiátrico llevado por su familia. También es llevado aquel que consulta por recomendación o indicación de otro (médico, maestra, amigo, etc.) pero que no encuentra un por qué, más allá de esa recomendación no reconoce un motivo para consultar, aparte del respeto a ese otro que lo recomienda.
Hay un trabajo inicial por hacer con este consultante: conducir las entrevistas en función de la construcción de un motivo de consulta, de la apropiación por parte del mismo de ese interés por el tratamiento. Que ubique algo desde el propio discurso como eso que convoca a avanzar por la vía de la palabra, vía por la cual se trabaja en un tratamiento psicológico, la palabra como condición. A partir de ahí y una vez delineado lo que motiva, se inicia la relación consigo mismo y el camino se hace al andar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)